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domingo, 12 de enero de 2014

NADA HAY NUEVO BAJO EL SOL

En efecto, la mnemotecnia no es, como la bomba atómica, producto de nuestro siglo. Los
antiguos ya la aplicaron, pero en casos excepcionales. En los Vedas, tratados filosófico-
religiosos de los hindúes, se indica la repetición como medio de acrecentar la retentiva; los
griegos se valieron de ella, y entre los romanos, el mayor de sus tribunos, Cicerón, nos dejó
un modelo todavía útil. Sin embargo, sólo fue patrimonio de pocos. Sus mayores sabios
ignoraban acerca de las funciones del cerebro lo que hoy sabe un escolar, y sólo
empíricamente, con la práctica, llegaron a crear un sistema para fijar mejor los recuerdos.
Eran secretos de los grandes oradores, de los filósofos, de aquellos que debían exponer en
público.
Las actuales condiciones de vida invierten los papeles. Todo se vuelve patrimonio de todos.
La complejidad de los mecanismos de uso común da muchas comodidades, pero también
mayores responsabilidades. Para afrontarlas se requiere inteligencia, y la inteligencia es
memoria equilibrada.
A menudo Cicerón preparaba sus largas oraciones de un día para otro. Pronunciadas en el
Foro, sin la ayuda de guías escritas, exigían un esfuerzo de la memoria muchas veces
imposible para un hombre ocupado por múltiples cuestiones de Estado. El gran tribuno
obviaba la dificultad con un método todavía adecuado para quienes deben hablar en público,
y para los estudiantes que preparan una larga exposición: Por su simpleza y generalidad este
procedimiento servirá de ejemplo antes de entrar en las particularidades de la mnemotecnia.
Siempre, lo más difícil de retener son las series de vocablos o frases aisladas con que se
inician los períodos de la disertación. Sin embargo, pueden relacionarse a una serie de
lugares fijados de antemano, que, por la familiaridad o importancia, recordaremos toda la
vida. Estos lugares deben existir en la realidad en el mismo orden, sernos muy conocidos, y
diversos en su forma y naturaleza.
Si imaginamos una casa, fácilmente nos confundiremos con la semejanza de los lugares
(ventanas, puertas, etc.) y no recordaremos dónde ubicamos cada cosa. Tomemos, pues, un
ejemplo más general; los meses nos darán la clave requerida. Son doce y podemos agregarles
las cuatro estaciones del año, así como los siete días de la semana, cuya suma nos da
veintitrés jalones inolvidables. Además, dentro de cada mes o estación podemos precisar
fechas cuya importancia sea verdadera para nosotros; de este modo, sin necesidad de nuevas
asociaciones, tendremos una cantidad de lugares que con una pequeña ejercitación se podrán
enumerar de corrido, en el orden directo o inverso, y sabiendo además qué número les
corresponde. La tarea no es difícil, basta emprenderla y en pocos minutos de trabajo se
tendrá una serie inolvidable que dará cabida a cuanta cosa se quiera recordar. Los lugares
numerados del ejercicio son:
1) Enero.
2) Febrero.
3) Marzo.
4) Abril.
5) Mayo.
... etc., hasta doce, y de aquí se pasa a las estaciones o fechas elegidas hasta
completar el
número de lugares guía deseados. A un amigo encomendamos formar una lista de palabras o
ideas, en este caso los emperadores romanos, que ha escrito y lee una sola vez, teniendo
cuidado de no pasar de un nombre a otro sin previo aviso del ejercitante:
1) Augusto.
2) Tiberio.
3) Calígula.
4) Claudio.
5) Nerón.
... etc.
A medida que el memorista oye un nombre, imagina el objeto o idea que expresa colocado en
el lugar correspondiente, como si lo viera. De este modo se le presenta Augusto con su corte
en enero, hecho que por lo extraño no olvidará; inmediatamente avisa para que el lector pase
a otra palabra: Tiberio y la expulsión de los judíos en febrero; otra, Calígula y el templo de
oro que hizo erigir en su honor en marzo; otra, Claudio y la muerte de Agripina en abril; otra,
Nerón y el incendio de Roma en mayo... El procedimiento no puede ser más rápido, y ya
desde la primera prueba el principiante puede repetir todos los nombres que ha oído una
sola vez por su orden o el inverso, y decir el número correspondiente a cualquiera de ellos.
La mayor dificultad en este ejercicio, y en todos los que presentaremos, está en vencer el
miedo a fracasar: ¡Piense que nada hay imposible, que lo hecho por otros puede hacerlo
usted! En todo aprendizaje el factor psicológico es de capital importancia; la sugestión, aquí
como en todos los órdenes de la vida, desempeña su gran papel.
Este ejemplo, que eligiéramos para la mejor comprensión del procedimiento, se puede
reducir a otros más particulares y concretos. La inventiva del lector puede aprovechar lo
aprendido en viajes, las situaciones profesionales, el conocimiento de la propia ciudad y de
otras, las fechas históricas más sobresalientes de su país, etc. Por vía de ejemplo, supongamos
que los lugares numerados del ejercicio son, para un argentino que considera a Buenos Aires
como punto de referencia:
1) Casa Rosada.
2) Plaza de Mayo.
3) Avenida de Mayo.
4) Plaza del Congreso.
5) Palacio del Congreso.
... etc. Sigue paso a paso el procedimiento anterior y el amigo lee los siguientes nombres:
1) ballena.
2) aeroplano.
3) toro.
4) vidrio.
5) estampilla.
... etc. Así, los contrastes ligan indisolublemente lugar e idea: una ballena en la Casa Rosada,
un aeroplano en la Plaza de Mayo, etc.
Pasemos a otro ejemplo de la misma categoría. Si tomamos en su orden de aparición las
figuras de mayor relieve en la historia de México, tendremos la siguiente serie:
1) Moctezuma.
2) Hernán Cortés.
3) Miguel Hidalgo.
4) José María Morelos.
5) Benito Juárez.
... etc.; y podremos enlazar estos nombres, inolvidables para todo mexicano, con una serie de
ideas o lugares:
1) penicilina.
2) incunable.
3) arteriosclerosis.
4) sucedáneo.
5) miriágono.
... etc.
Por varios caminos se llega a Roma. Otro método topográfico —es el nombre técnico—
conocido también desde los tiempos de Cicerón, es el que hoy llamamos de los figurones, y
que por requerir mayor esfuerzo y ayuda del dibujo, puede ser reservado para reforzar el
hábito de retener que desarrolla el procedimiento anterior. Imagine diez o más figuras de
personajes vulgares, diferentes, sugestivos o ridículos, y muy conocidos (por ejemplo: Don
Quijote, Sancho, Pinocho, etc.), exentos de toda acción, inmóviles y perfectamente poseídos
por el memorista, a los cuales aplica la palabra o acción que quiere recordar. De este modo, al
presentarse a la mente el fantoche, arrastra la idea o palabra cuyo recuerdo necesitamos.