A principios del año 1906 el cable difundió por Europa y América la noticia del suicidio de
Ludwig Boltzmann. El renombrado físico austriaco se había arrojado de un tren expreso en
plena marcha. La declaración de los testigos no dejaba dudas: quiso la muerte. En los círculos
científicos la consternación fue grande; si anonadaba lo irreparable de la pérdida, más
sorprendía la decisión del sabio. Durante las honras fúnebres se procuró ocultar la trágica
determinación de Boltzmann, pues en el mundo de las ciencias no son comunes estas
resoluciones extremas. Sin embargo, pocos conocían los motivos del suicidio. Físico teórico,
matemático de alto vuelo, Ludwig Boltzmann vivía obsesionado por la gradual pérdida de su
memoria. Lo que un hombre de negocios soluciona con el cuaderno de notas, para un
profesor es irremediable. Olvidar una fórmula frente al auditorio, no recordarla aunque sea
el disertante su creador, despierta el mudo reproche de las miradas. ¡Un sabio no tiene
derecho a tales deslices! Boltzmann lo sabía, la condescendencia de los ayudantes y
discípulos hería su amor propio y, durante el viaje, mientras reflexionaba una vez más sobre
el tema que desarrollaría en la Academia Prusiana de las Ciencias, apareció la temida laguna.
¿Y si el olvido se producía en el momento de la recepción? ¿Un recipiendario que no
recuerda sus propias investigaciones? Los sabios no son siempre los seres más reflexivos; la
ciencia exige un gran apasionamiento y nunca sabemos a dónde conduce una pasión.
Boltzmann tenía una sola herramienta de trabajo: su inteligencia. Sin memoria no hay
inteligencia, y al lento crepúsculo de la senilidad prefirió la muerte.
En la historia no abundan tales ejemplos; mas la lucha de un gran hombre contra su
decadencia orgánica ilustra bien la importancia de la memoria y de su conservación. Una
memoria feliz es fundamental en todos los órdenes de las actividades sociales: profesionales,
estudiantes, comerciantes, el común de la gente, gozan y sufren por la presencia y ausencia
de ese privilegio. La naturaleza no nos provee a todos por igual: en cuerpos débiles alberga
espíritus poderosos; en mentes lúcidas, inexplicables lagunas. Empero, todos poseemos la
materia básica. Cada niño es un ser que la educación y el medio moldean, cada cerebro
humano maravillosa maquinaria cuyo rendimiento condicionan herencia y ejercitación.
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"Toda persona puede ser, si se lo propone, escultor de su propio cerebro" Santiago Ramón y Cajal. Premio nobel de Medicina (1906)
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domingo, 12 de enero de 2014
La función de la memoria
Publicado por
Unknown
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23:10
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