Unos retienen fácilmente las fisonomías, los números, los accidentes, los peligros a que están
expuestos, los males sufridos; recuerdan los compañeros, los placeres mundanos, etc.; pero
olvidan las palabras, los nombres, las convenciones sociales, las fechas, las deducciones
lógicas...
Otros, y en los años estudiantiles fueron tal vez los primeros en historia, retienen las batallas,
las luchas políticas, los combates a que asistieron o de los cuales leyeron alguna relación; se
acuerdan de los reproches, de los cumplidos; conservan fielmente los paisajes, nunca olvidan
los defectos del prójimo; pero se les escapan los nombres de las calles, de los alimentos...
Los terceros reviven a cada instante las melodías; del orador recuerdan la sonoridad y timbre
de la voz; los cantos, los períodos musicales; pero olvidan sus deberes, sus promesas, las
reglas de buena conducta.
En cuarto término hay quienes retienen los nacimientos, las direcciones, los números
telefónicos, los placeres de la sociabilidad, pero olvidan lo leído en los libros, las verdades
científicas, sus deberes...
Por último, los hay que recuerdan especialmente las estadísticas, las luchas políticas, pero
olvidan las reglas de la gramática, las leyes matemáticas...
Así, pues, la pureza de los tipos de memoria es tan hipotética como la racial. Tenemos un
poco de todo; en nada se especializa nuestro organismo. Si los tipos estudiados en los
laboratorios se dieran tal cual en los individuos, de golpe estaría solucionado el problema de
las vocaciones y de la educación mnemónica. ¿Tiene usted buena memoria auditiva? Sea
músico, taquígrafo, etc. ¿Recuerda los rostros, los paisajes? Sea pintor, corrector de imprenta,
busque un oficio que entre por los ojos. ¿Debe trazar imaginariamente el contorno de los
objetos? Elija tareas manuales; la mecánica de precisión requiere tales condiciones. Por
desgracia, con tanta simpleza no se puede dar la solución. Sería en verdad muy práctico, pero
es imposible. La complejidad de la máquina humana lo prohíbe. Tenemos un poco de todo y
también nos falta un poco de todo. Lo que tenemos aquí no nos interesa; está, y nuestro
propósito es adquirir lo que nos falta. El buen fisonomista no precisa desarrollar esa facultad;
el buen matemático no se esfuerza por recordar números; pero a ellos les falta algo, y es su
deber adquirirlo, desarrollar esa facultad mal dotada. La vida moderna es demasiado
compleja, no permite unilateralidades, debemos estar en todas partes. El dueño de un
pequeño taller debe saber suplantar a su oficial; el director de una gran empresa debe estar
capacitado para ponerse, en el caso necesario, al frente de cualquiera de las secciones. Cuanto
más altas son las funciones de un individuo, mayor ductibilidad se le exige.
¿Quiere usted progresar? Mire los grandes ejemplos. Este, de taquígrafo llegó a director de
una gran empresa; aquél, de simple empastador —es el caso de Faraday— se transformó en
el físico más genial de su siglo. Esto se llama ductibilidad del espíritu, y esa ductibilidad sólo
nace de la armonía de las funciones. La salud es producto del buen funcionamiento de todos
los órganos; la inteligencia, del equilibrio de todas las funciones conmemorativas. Quien
armoniza su memoria fortaleciendo los aspectos débiles, apuntala su porvenir