Gracias una amiga que encontr esta web en la que nos vienen un monton de articulos sobre el tema que voy a repostear aqui para superar los 600 articulos buscados en la red o creados por mis colaboradores y yo.
A Gustavo Doré, el ilustrador del Quijote, de la Divina Comedia y de muchas otras obras
famosas, le bastaba estar unos minutos con una persona para después reproducir su rostro
con absoluta fidelidad. Esto requiere especial talento, cuyo desarrollo, sin embargo, está
condicionado por la ejercitación. Los caricaturistas están en el mismo caso. Nosotros no nos
proponemos perfeccionar talentos, pero para la retención de fisonomías es conveniente
seguir algunos de sus procedimientos. Dibujar en seguida todo rostro nuevo sería el
procedimiento ideal por la cantidad de sentidos y procesos cerebrales que ello representa.
Mas, la dificultad es patente: no podemos agregar el estudio del dibujo a nuestras múltiples
ocupaciones.
El procedimiento más sencillo es bosquejar por escrito esa cara, deteniéndonos
particularmente en el color de los ojos, cabellos, forma de la nariz y la boca. La costumbre nos
hará buenos observadores y pronto descubriremos detalles que antes pasaban inadvertidos.
Para no extraviarnos en tanteos ni desvirtuar la finalidad práctica de la tarea, debemos tener
muy presentes las siguientes consideraciones:
1) Observar una persona con el propósito de preparar una detallada descripción de ella.
2) Escoger primero a un familiar o personas que conozcamos muy bien.
3) No dejar transcurrir mucho tiempo entre la observación y la descripción.
Para su aprovechamiento, estas tres reglas deben transformarse gradualmente en otras más
complejas:
1) Escoger una persona conocida hace mucho tiempo y de la cual no se tuvo la intención de
trazar un cuadro;
2) Que esa persona no tenga frecuente trato con nosotros, hasta llegar a ser la primera que
pase por nuestro lado;
3) Dejar transcurrir mucho tiempo entre el conocimiento y la descripción.
Ahora bien, concluida la descripción, ¿resulta exacta? Por cierto que no; pero el ejercicio
continuado aguza la atención y prepara el cerebro para retener. Además, nuestros ojos se
acostumbran a ver y descubren rasgos característicos que valen para el reconocimiento tanto
como el fiel recuerdo del rostro: nariz enorme, enrojecida, ganchuda; boca firme, desdeñosa,
burlesca; mirada soñadora, fría, inquisidora. Toda caricatura nos recuerda en seguida al
personaje real: un mentón prominente y duro a Mussolini; un bigotito y un mechón de
cabello caído sobre la frente a Hitler; un cigarro habano a Churchill. El dibujante captó esas
cualidades esenciales, y todos sabemos a quiénes representan, porque inconscientemente
también habíamos observado esas características. La finalidad de la ejercitación es volver
consciente, voluntaria, la observación inconsciente.
Para este fin, los minutos que pasamos en camino a nuestras ocupaciones pueden ser bien
usados: en el tranvía, en el tren, cultive el hábito de estudiar el rostro de las personas que van
sentadas frente a usted. Mire sus ojos, su boca, y procure describirlos mentalmente. Como es
común que ellos también viajen a diario y a la misma hora, trate de reconocerlos la próxima
vez, y así, varíe a diario el sujeto de experimentación. Por último, mire siempre la cara de su
interlocutor, pues así usted revela educación y firmeza de carácter, y ejercita su memoria
para recordar rostros