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domingo, 12 de enero de 2014

MODELE SU MENTE

Dijimos que la mente es plástica; la arcilla también: en manos de un niño se transforma en
una pelota; bajo los dedos del escultor en la Venus de Milo. La materia es la misma, su
aprovechamiento distinto. Modelemos, pues, nuestro cerebro. La mnemotecnia es el arte de
desarrollar la memoria, sus reglas son fáciles de seguir, sólo exigen paciencia y dedicación. A
diario perdemos horas en las mesas de los cafés o en chácharas sin trascendencia. Ahorremos
un poco de ese tiempo, recurramos a esa facultad tan humana que es la voluntad, y los
resultados compensarán con creces el esfuerzo.
El primer paso para la educación de la memoria es descubrir sus fallas. ¿Olvidamos los
nombres, los rostros, las citas? Las dificultades en el desarrollo de nuestra profesión nos
darán la clave. Un comerciante sólo recuerda la figura, y no el nombre de sus clientes; un
arquitecto, los estilos y no las fórmulas de resistencia de los materiales; un estudiante sabe los
acontecimientos históricos y no puede relacionarlos en el tiempo. Allí está la laguna; toda
dificultad de la memoria encierra su causa, y el análisis de los imposibles indica la porción a
educar. Veamos algunos ejemplos.
Un abogado cuya memoria disminuía en forma alarmante y que temía perder junto con ella
reputación y clientela, se dirigió a un conocido psiquiatra. Entre otras cosas, informó que
siempre había poseído memoria muy débil para los nombres. Además, su comportamiento
reveló que sus facultades sociales estaban mal desarrolladas; interesándose poco por las
personas olvidaba sus nombres, aun cuando en general su memoria para nombres escritos
fuera buena. El remedio prescrito resultó inesperado para el paciente: Desarrolle las
facultades de sociabilidad para mejorar la memoria de los nombres propios.
Otro ejemplo me es personal. Antes tenía mala memoria para las fisonomías y sólo recordaba
los nombres, especialmente el timbre de voz de quien los pronunciara. Esto resultaba
sumamente molesto. Me encontraba con Pedro y creía estar con Pablo. Si las circunstancias
exigían mantener una conversación, hablaba a Pedro de aquello que sabía del interés de
Pablo. "¡Si nunca estudié pintura!" "Jamás estuve en Italia!". Las respuestas, para mí
inesperadas, tenían la virtud de desorientarme y por ello más de una vez estuve en los
límites de lo ridículo. La molestia de caer a menudo en tales confusiones me decidió a
cultivar la facultad débil. Me impuse un castigo: no fumar por una semana después de cada
tropiezo. Eso activó mi voluntad, pues la privación de algo muy arraigado es buen acicate.
Así, después de pacientes ejercicios, llegué a ser buen fisonomista. Pablo es Pablo y Pedro es
Pedro.
Ya se ve el papel que desempeña el interés en la memorización: enfoca la atención sobre la
cosa a retener. Cuando un jefe recomienda a su empleado una tarea delicada, le dice: ¡Ponga
los cinco sentidos! Es decir, concéntrese y no permita que ninguna sensación ajena a la
ocupación robe una fracción de su atención. Sin embargo, a veces la pereza nos inhibe. En lo
biológico todo tiende al mínimo esfuerzo. Hubo grandes perezosos entre los hombres de
valer: A Anatole France le costaba más decidirse a trabajar en una novela que escribirla. Pero
no nos engañemos, en ellos el ingenio valía más que la pereza. Nosotros, el común de los
mortales, tenemos allí un enemigo siempre en acecho; si nos vence fracasamos. La atención
exige concentración, y concentrarse es realizar un gran esfuerzo. Seamos capaces de ese
esfuerzo; apelemos a la voluntad, y con el tiempo se transformará en hábito.
Concentremos, pues, nuestra atención en aquellas cosas que deseamos retener, y la memoria
especial para esa clase de recuerdos se volverá excelente.