"Toda persona puede ser, si se lo propone, escultor de su propio cerebro" Santiago Ramón y Cajal. Premio nobel de Medicina (1906)
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sábado, 24 de marzo de 2012
La siesta
Utilizo la siesta como un reconstituyente a mitad del día justo en ese momento, generalmente después de comer, en el cual el cansancio de toda la mañana y el sueño se apoderan de mí. Incluso en períodos de gran actividad y de nivel de energía alto, siento la necesidad de reposar durante unos minutos. Recuerdo las siestas de 2 ó 3 horas que aún siendo niño y no tan niño llegaba a echarme. Ahora no podría con algo así. Si duermo 1 hora a mitad del día en la actualidad, me levanto mucho peor de lo que me he acostado. Una hora es mucho más de lo que considero una siesta beneficiosa para mí.
La duración ideal en mi caso es de unos 15 minutos. Tiempo suficiente para no entrar en sueño profundo. Algunas veces puedo extenderlo 5 minutos más haciendo un total de 20 minutos. Pero nada más. Otras veces, con 10 minutos ya he conseguido lo que necesito.
El lugar que elijo para ello siempre es una cama, habitación sin ruidos y oscura. Me tapo ligeramente ya que creo que algo de temperatura siempre se pierde al estar tumbado y relajado y, tras poner el despertador, a dormir. Las primeras veces de hacerlo, no conseguía dormirme. Mi cabeza no paraba de darle vueltas normalmente a algo que hubiese estado estudiando durante la mañana. Cosa que está fenomenal porque significa que se le está dando forma y estructura a lo estudiado horas antes. Pero con el tiempo no solamente consigo dormirme a los 2 ó 3 minutos de tumbarme sino que incluso me despierto un momento antes de que el despertador haga su aparición en escena. Esto siempre es de agradecer por motivos obvios, además de no interrumpir externamente a mitad de un sueño sino hacerlo de forma espontánea. Luego un poco de agua fresca en la cara, a lavarme los dientes si me he olvidado de ello antes de dormir, algunos estiramientos de cuello, brazos, columna y piernas y listo para seguir estudiando.
Entre las ventajas que encuentro, comparado con no tomar una siesta o hacerla por un tiempo superior a los 20 minutos, tendríamos: El levantarme fresco (esto normalmente sólo lo noto tras el golpe del agua en la cara), sin cansancio, con ganas de seguir estudiando, mi productividad recupera o se acerca mucho al nivel de la mañana y no necesito un té para despertar de mi letargo después de la comida.