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miércoles, 26 de octubre de 2011

Feijoo y el arte de la memoria


Extractado de mnemotecnia.es;


Texto íntegro del capítulo 5 del libro
Historia del código fonético: apuntes sobre el arte de la memoria en los siglos XVII, XVIII y XIX


El pensamiento crítico
Desde sus mismos inicios el arte de la memoria ha tenido tantos detractores como seguidores. Ya en la época del imperio romano, frente al entusiasta Cicerón tenemos al precavido Quintiliano, que aunque reconoce la utilidad, advierte que esto no es la panacea –incluso hace crítica–, consciente de las limitaciones de este arte cuando se trata, por ejemplo, de memorizar temas abstractos.
Entre los humanistas del renacimiento que abogan por un nuevo sistema pedagógico, la memoria tiene un papel principal y es una cualidad muy valorada, sin embargo, para muchos el viejo sistema de lugares e imágenes está totalmente fuera de lugar (valga la redundancia); algunos lo atacan directamente, como Pierre de la Ramée (generalmente citado como Petrus Ramus), mientras otros mas bien lo ignoran, como Juan Luis Vives, que otorgando tanta importancia a la memoria, no presta ninguna atención a este arte (no le convencen sus preceptos) [*].
[*] NOTA. Fernando R. de la Flor ha señalado el De ratione dicendi, libri III de Vives como ejemplo de su oposición al arte de la memoria. No se trata de que el ilustre humanista pregone en contra de estas técnicas, sino que allí donde cabría esperar que tratase el tema, siguiendo la línea clásica de Cicerón y Quintiliano, no considerándolo oportuno, lo desecha, ignorándolo. Como dice el propio Vives, “he pasado por alto lo que pienso que no pertenece a esta doctrina [la retórica]”.
Bien es cierto que para las personas dotadas de buena memoria natural las composiciones mentales son más un estorbo que una ventaja, y que en aquellos tiempos los métodos mnemotécnicos no estaban muy desarrollados, siendo fácil encontrar puntos débiles por donde atacarlos. Concluían muchos que aquello solo era un engaño para bobos, o en el mejor de los casos, un entretenimiento curioso que a veces ayudaba en algo a la memoria, pero sin ninguna trascendencia.
La mala fama que en ocasiones acompañaba al arte de la memoria a menudo estaba provocada por sus propios defensores, pues contaban tal serie de prodigios que, a su lado, hasta los mismos milagros de Jesús parecían bagatelas. Por ejemplo, era común afirmar que cualquiera, con solo unos días de práctica en este arte, habría de ser capaz de repetir, palabra por palabra, un extenso discurso que acabase de oír.
En estas estamos cuando surge en España la figura de Benito Jerónimo Feijoo, fraile benedictino de pluma libre y clara, dedicada a “impugnar errores comunes”, “desengañar al vulgo” y “proponer la verdad”. No solo marcará un hito en el género literario del ensayo, en su Teatro Crítico universal (ocho tomos aparecidos entre 1726-1739) y Cartas eruditas(cinco tomos, entre 1742 y 1760) tratará toda suerte de materias, siempre desde un punto de vista racional, con el propósito de derribar falsos mitos, borrar supersticiones y promover el pensamiento crítico (aunque él mismo también será criticado y cometerá sus errores).
Muchos de los textos de sus Cartas eruditas surgen como respuesta a cuestiones que le plantean colegas o admiradores. Así pues, cuando recibe una solicitud preguntándole sobre el arte de la memoria, “si hay tal Arte (…) y si por sus reglas podrá conseguir una Memoria extremadamente feliz”, centrará su atención en esta materia, cuyo resultado es la carta Del arte de Memoria (Cartas eruditas y curiosas, tomo primero, carta vigésimo primera).
Confiesa Feijoo que aún no ha investigado a fondo este tema, a pesar de haber oído maravillas por parte de unos, y verlo vilipendiado por parte de otros. Nuestro protagonista intentará adoptar una postura más razonable: “Acaso cabrá en esto un medio, que es admitir que hay un Arte, cuyo método, y reglas pueden auxiliar mucho la Memoria, y negar, que el auxilio sea tan grande como ponderan muchos”.
Y es que, en efecto, se cuentan hazañas muy difíciles de creer. El propio texto narra la aventura que vivió Marco Antonio Mureto, testigo de las proezas de un joven capaz de recitar del derecho y del revés cientos de palabras en varios idiomas, inconexas, con sentido y sin él, con solo haberlas oído; y lo mismo podía hacer, no con cientos, sino hasta con treinta y seis mil voces. Feijoo se pregunta: si tantos logros se consiguen con este arte,“¿Cómo los Príncipes, que cuidan de la buena instrucción de sus hijos, no les dan Maestros, que se le comuniquen? ¿Cómo los mismos Maestros no van a ofrecerse a los Príncipes?”.
Su principal fuente de información es el libro Ars memoriae vindicata, de Joanne Brancaccio (texto en latín publicado en 1702) que no convence mucho a nuestro fraile, pues en lo que se refiere a la enseñanza del arte “todo él se reduce a proponer unos auxilios de la Memoria, que ha mucho tiempo que están vulgarizados”. Buscará entonces más información en otros libros, que en la época deberían estar entre los más conocidos: El Fénix de Minerva, de Juan Velázquez de Azevedo, y El Assomobro elucidado de las ideas, del Conde Nolegar Giatamor.
Del primero ya he hablado en capítulos anteriores, dedicaré pues unas líneas solamente al segundo.

Girolamo Argenti, verdadero nombre del autor, es de origen italiano, pero escribe en español y publica en Madrid El Assomobro Elucidado de las Ideas en 1735 [*].
[*] NOTA. Feijoo fecha el libro en 1725, sin embargo, el ejemplar que he tenido ocasión de consultar está impreso en 1735. Young –mi principal fuente de referencias bibliográficas– también indica 1735 como fecha de publicación. No teniendo indicios de que haya habido más de una edición, sospecho de una errata en el texto de Feijoo, que puso dos donde debería ser tres. Además, en el libro del italiano –página 122– hay una referencia a Feijoo y su Teatro Crítico, tomo 4, que no empezó a publicarse hasta 1730, lo que señala que la obra necesariamente ha de ser posterior a esta fecha.
Se trata de un título que decepciona un poco, pues no aporta nada que no se haya visto ya en obras anteriores, tanto en estructura como en contenido.
En sus prolegómenos, el licenciado Juan Romero asegura que “autoriza lo nuevo con la verdad, y añade novedad a lo antiguo con mas noticias”, pero el censor Bartolomé Francisco Serena, más sensato –o mejor conocedor de la materia– advierte: “que el Autor absolutamente nada de nuevo nos revela” (de todas formas, al final otorga su beneplácito: “lo explica con modo tan singular, y claro, que aun a los mas lynces, y mui versados en los mismos escritos, lo hace parecer nuevo”).
Lo bien cierto es que el libro podría pasar por cualquier texto escrito cien años atrás.
Una moda en los libros de mnemotecnia de la época (así lo vemos también, por ejemplo, en el Ars memoriae vindicata de Brancaccio, citado por Feijoo) era recopilar una lista de obras y autores que sobre esta materia precedían al actual, y destacar las proezas que mediante este arte habían logrado diversas figuras históricas. Nuestro autor italiano se esmera en este punto: recopila una lista de 191 “nombres de autores que escribieron del Arte de Memoria”(libro segundo, capítulo 1) y exalta las hazañas de 164 figuras: “Chronología de los hombres mas excelentes, que florecieron en este Arte” (libro segundo, capítulo 8).
Ante este despliegue de información, Feijoo deduce –erróneamente– que el italiano está muy al corriente de la materia que trata, y viendo que en esencia casi todo lo expuesto coincide con lo escrito por Azevedo mucho tiempo atrás, concluye que en ese periodo de tiempo entre uno y otro ninguna novedad se ha producido, y por tanto, no será necesario indagar en otros libros.
Huelga decir que entre los nombres citados por ningún lado aparece el de Winkelmann o Richard Grey, ni hay nada parecido a un sistema número/letras [*] (tampoco en el título de Azevedo, claro está, aparecido a principios del siglo anterior), por lo que Feijoo es ajeno a las nuevas técnicas que se están desarrollando en otros puntos de Europa.
[*] NOTA. A decir verdad, sí hay una especie de sistema letra/número, los alphabetos numéricos, pero se utiliza más con fines criptográficos que mnemotécnicos. Consiste básicamente en asignar a cada letra del abecedario un valor, y mediante una serie de operaciones aritméticas, convertir secuencias de números en letras (y viceversa), con la finalidad última de esconder ocultos mensajes en un texto aparentemente trivial.

Nuestro disertativo fraile se pone a la tarea de contarnos en qué consiste el arte de la memoria, tal y como puede aprenderse en estos libros. Se corresponde básicamente a lo que hoy conocemos como el método “loci” o de los lugares (o “la habitación romana”, como gustan decir algunos autores anglosajones), pero no con la sencillez a la que nosotros estamos acostumbrados en nuestros días, sino con el barroco ornamento de esferas, hemisferios, transcendentes y demás composiciones típicas de la época [*].
[*] NOTA. A quien interese conocer más detalles, recomiendo la lectura del texto de Feijoo, pues explica el sistema casi con más claridad que los mismos libros en que se basa.
Expondrá también las dudas que le suscita este sistema, tanto a la hora de componer las imágenes como al recuperarlas, y concluye:
«… lo que juzgo absolutamente imposible, es, que por este medio se ejecuten aquellos prodigios de memorar, que jactan, o refieren los que han escrito del Arte de Memoria, como que algunos repetían al pie de la letra todo un Sermón luego que le oían.»
Los detractores del arte encontrarán un nuevo aliado en la figura de Feijoo.
Sin embargo, finaliza la carta diciendo:
«No por eso condeno absolutamente el Arte de Memoria (…) Creo, que el uso de lugares, e imágenes, puede ser provechoso en muchos casos (…) Mas para las prodigiosas reminiscencias, de que hemos hablado en la Carta, le juzgo insuficientísimo.»
Personalmente, no podría estar más de acuerdo.

Cuando nuestro ilustre fraile escribió estas líneas dudo que fuese aras de figurar en la historia de la mnemotecnia. Sin embargo, su trabajo será muy reconocido y no faltará en ninguna bibliografía que se precie (vemos citado a “Feyjoo”, por ejemplo, en el New art of memoryde Feinaigle, o en la Bibliography of mnemonics de Fellows, de principios y finales de siglo XIX respectivamente). Su nombre aparece ya indisolublemente ligado al arte de la memoria.
También, relacionadas con la materia que nos ocupa, son de interés las cartas anterior y posterior: Carta 20, De los remedios de la Memoria (sobre supuestos medicamentos y brebajes que aumentan la memoria) y Carta 22, Sobre la arte de Raimundo Lulio (como reza el título, dedicada al las enseñanzas que en cuestiones de memoria propuso Ramón Llull, gran figura del siglo XIII).

¿Cómo se memorizan cifras mediante el sistema de lugares e imágenes?
Tomemos como ejemplo la explicación que nos ofrece Argenti en el libro El Asomobro Elucidado de las Ideas, comentado en este capítulo [*].
[*] NOTA. Es el mismo sistema que vemos en El fénix de Minerva de Azevedo.
En primer lugar, debemos asignar un objeto a cada número entre uno y diez. Nuestro autor propone el ave fénix (solo hay una) para el uno; unos zapatos (siempre van de dos en dos) para el dos; un triángulo (objeto de tres lados) para el tres; etc.
A continuación, debemos imaginar a una persona con estos objetos en distintas partes del cuerpo. Lo que tenga en la cabeza corresponde a las unidades, lo que aparezca a sus pies marca las decenas, la mano derecha los cientos, la izquierda los miles, etc.
Por ejemplo, el número 123 sería una persona con un ave fénix en la mano derecha (1 centena), unos zapatos en los pies (2 decenas) y un triángulo en la cabeza (3 unidades). Si se tratase del número 312 deberíamos imaginar esa persona con el triángulo en la mano derecha (3 centenas), un ave fénix a sus pies (1 decena) y unos zapatos sobre su cabeza (2 unidades). De esta forma, situando los objetos de cada dígito en diversas partes del cuerpo, se representa cualquier cifra.
Aunque ocasionalmente no dudo de que resulte útil, cuando se junten varias cifras será necesario tener una buena memoria de por sí para recordar, en cada ocasión, dónde aparece cada elemento –y cuáles aparecen–, si en la mano derecha o izquierda, en los pies o en la cabeza, etc.
Conociendo este mecanismo, se entiende mejor el inesperado éxito de Grey y otros autores con el sistema número/letras.


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